Por Elena Marsal
Si tuviera que definir a Aitor Basabe con una sola palabra, yo diría auténtico. Grande como un armario ropero, sencillo en sus maneras y con aire a menudo huraño y esquivo, sabe lucir inesperadamente una sonrisa cautivadora. Aunque reticente y poco dado a hablar en general (su locuacidad y su vehemencia para esta entrevista sorprendieron muchísimo a todo el personal de su restaurante), posee un enorme sentido del humor; y puede llegar a ser tan salao (como decimos por estas latitudes) que nos tuvo más de una hora partiéndonos de risa. Todo un tipo. Y, por encima de todo, fiel a sí mismo y a su profesión. Ha sido Embajador de la Cocina Vasca por todo el mundo. Es famoso por sus setas, que muchas veces él se encarga de recolectar; sabe lo que no está escrito de minerales, aceites y vinos; y también practica la pesca submarina: no es raro degustar en el Arbolagaña una deliciosa merluza o una lubina cogida por el propio Aitor esa misma mañana. Como curiosidad, y rasgo definitorio de su carácter: nunca pesca por encima de los quince o veinte metros, porque le parece que los peces tan cerca de la superficie tienen menos oportunidades. El Arbolagaña, con trece años de andadura en el edificio del Museo de Bellas Artes de Bilbao, vistas privilegiadas, acristalado y terraza cubierta a la altura de las copas de los árboles centenarios del Parque de Doña Casilda, ha cosechado premios y menciones de todo tipo; y exhibe una Cocina Innovadora y Creativa pero sin artificiosidad, en la que el buen producto impera sobre cualquier otra consideración.
Primera pregunta, la obligada: ¿cómo empezó todo?
Pues empecé como todos los que nos dedicamos a esto. Siempre me gustó cocinar… y he estado toda la vida viéndolo. Mis abuelos tenían un txakoli, precisamente el ‘Arbolagaña’, en Ibarrekolanda, un barrio de Bilbao. Desde muy pequeñito decía que quería ser cocinero; pero cuando ya tuve edad para decidir mi futuro y vieron que la cosa iba en serio, mi madre se echó a llorar. ¡Qué drama! Es que ella, claro, sabía de qué iba esto, lo dura que es esta profesión. Cuando se le pasó la llorera y lo asumió dejó ahí una frase para mi historia: “¡Cuando tengas más años no digas que no te avisamos de lo que había!”. Ahora ya está encantada; ¡pero tenía razón!
¿De verdad es tan dura la profesión?
Muy dura. En esta época es un anacronismo. Toda la hostelería es un trabajo que no tiene lógica. Tú trabajas mientras los demás se divierten… o para que los demás se diviertan. Pero si es lo tuyo, lo que te gusta hacer… Y yo soy de los privilegiados, ¿eh? He viajado por el mundo representando nuestra cocina y nuestra comida. Que te elijan para representar a tu tierra por tu comida… ¡eso es una bomba! A pesar de todo, yo no quiero que mis hijos se dediquen a esto, nique sus hijos sean ‘hijos de hostelero’.
Pero el Arbolagaña funciona, ¿no?
Cuando hay fiestas o celebraciones sí; pero en los días normales ahí estamos, a la pelea. Y en esta época de tristeza que arrastramos desde hace cinco años, con esta crisis tan larga y duradera, hemos perdido valores que ya jamás recuperaremos. Las relaciones sociales se han diluido en este mundo de competitividades. La gente no se fía. El vínculo que siempre hubo en todas partes entre empresa y trabajadores está desapareciendo. La mesa ya no es el acto social que era. Esto no es para venir a comer a diario, claro: pero creo que hay que revalorizar todas esas cosas, y ser luego consecuente con la época en que vivimos. Nos estamos volviendo demasiado ‘europeos’… pero la realidad es que parece que sólo estamos copiando de Europa lo chungo, y no las cosas buenas. Afortunadamente a mí me encanta cocinar; y en esta profesión hay mucho compañerismo, prácticamente no existe la zancadilla. Esperemos que esto se levante. Mientras tanto, como los corchos: a flote.
«Desde muy pequeño decía que quería ser cocinero;
pero cuando ya tuve edad para decidir mi futuro y vieron
que la cosa iba en serio,
mi madre se echó a llorar»
¿Es cierto que en Bilbao ya no se come tan bien como antes?
¿En Bilbao? Vamos a ver: yo venía antes por esa calle de allí y, ¿qué he visto?: tres franquicias. Y ahí a la vuelta otras dos. Y por todas partes. La cocina vasca es una gran cocina, y en el País Vasco nos gusta comer. En general cualquier humilde menú en el local más asequible está por encima de la media. Y no sólo eso: este oficio lo practica tres veces al día cualquier ama de casa de esta tierra, con unos platos que no superamos los profesionales. Yo no tengo problema con llevar un día a mi hijo a comer una hamburguesa, que conste. Pero algo estamos haciendo mal para que los chavales, y los no tan chavales, sólo vayan a comer a establecimientos de ese tipo, o al buffet de precio fijo: se ponen unos platos hasta aquí, y a veces dejan la mitad. ¿Tú recuerdas la que te podía dar tu madre si dejabas algo en el plato? Pero esta invasión de franquicias, y que no hayamos sabido enseñar bien a las nuevas generaciones, ha cambiado la realidad social.
¿Cocina tradicional, o moderna?
El problema está en que la cocina se convierta en lo que no es. Ahora hay mucha tontería con eso de la ‘cocina conceptual’. ¿Conceptual? Si a mí me ponen delante un plato, lo primero es que me transmita algo, que me emocione. Cuando tienen que explicarte cómo tienes que ‘interpretar’ el plato, y a qué te tiene que saber… Y luego hablan de ‘osmotizar’ y leches de ésas. Son los excesos de esta profesión. La herramienta de un cocinero no es el lenguaje, es el fuego. Y hay muy pocos genios (como Adriá, por ejemplo: él sí me ha emocionado) que puedan triunfar con ese tipo de cosas. Y no digo que se trate de volver a lo tradicional. La cocina de ahora tiene muchas virtudes: menos fécula, menos grasas… Pero tiene que tener lógica. No puedes permitirte cocinar para una galería de mínimos.
El nombre de Aitor Basabe no es el más conocido socialmente entre los de los grandes cocineros que tenemos por aquí; sin embargo hay incluso quien asegura que es el mejor.
Ni el mejor ni el peor: sólo que eso de salir en los medios no va con mi estilo. Y para vender imagen el mercado está muy limitado ¿Cuántos surfers se pueden mantener a la vez en la cresta de la ola? ¿Doce, quince…? Y tendría que ser una ola enorme. Yo tengo muy claro que lo que vendo es comida, y que vivo de ello. A mi cliente, al que le voy a cobrar, lo que le importa es esto (esgrime ante mí un plato, afortunadamente vacío), lo que yo le ponga en este plato, que le guste, que le emocione incluso; y no que yo haya salido en la televisión o en las crónicas sociales, ni nada de lo que yo haya dicho por ahí. Creo que por encima de todo somos cocineros, aunque algunos se hayan convertido también en personajes mediáticos.
¿Qué es lo más importante a la hora de sentarse a comer?
Sobre todo, el acto social de sentarse alrededor de ese plato y de esa mesa. Yo reivindico el espacio para comer. Ya ves esto: trescientos metros cuadrados, y las mesas bien separadas, para que cada una sea algo más que una superficie donde servir la comida. Si lo piensas la gente dedica unas tres horas diarias de su vida a comer: y los cocineros -los profesionales, los que cocinan en casa para su familia…- somos los encargados de llenar esas tres horas. El buen género es fundamental, y la mediocridad es inadmisible en un restaurante de prestigio; pero yo no digo qué tipo de comida tiene que prevalecer, sino que desde el minuto uno en que se pide el vino el entorno y la compañía transmitan algo. Cuando vas a una bodega (¡yo soy un pirao del mundo del vino!) un vino, sea cual sea, siempre te parece que está bueno, porque en ese entorno estás subyugado por las emociones. Y lo mismo tiene que pasar en un restaurante. La mesa es un espacio importante donde siempre se ha celebrado, se ha disfrutado, se han cerrado negocios, se han tomado incluso decisiones políticas… ¡No hay nada más triste que comer solo!
«Creo que por encima de todo somos cocineros,
aunque algunos se hayan convertido
también en personajes mediáticos»
¿Lo mejor de este trabajo? Que un cliente te agradezca la comida que le has servido: eso es lo que te da la vida. Y, además, ¡me encanta esta profesión.